“¡Quiero ser maestra!” recuerdo haber dicho al terminar la escuela primaria y tener que elegir en que secundario quería seguir mis estudios. No me importaba si era privado o del estado, si mixto o de mujeres solamente; lo que quería era una orientación que me formara para mi ya clara decidida vocación. Evidentemente algo de mi experiencia educativa ya me había marcado y impulsado ese deseo de ser docente. Sin embargo, mi recuerdos escolares no comienzan en ese momento sino mucho antes.
De mi paso por el jardín de infantes poco tengo para decir solo algunas efímeras imágenes, como pedirle a mi mamá que tocara el timbre de la puerta y se escondiera así parecía que venía sola, los juegos en el parque con mis amiguitos o que había que saberse la fecha completa y sin errores para poder izar la bandera; hecho que en ese momento nos encantaba y era un orgullo, no como en la primaria que si la seño te elegía era un “quemo”. Ya el jardín de infantes estaba marcando mi camino hacia la exogamia y la socialización..
El comienzo de la primaria fue mas complicado, seguía mi escolaridad en un colegio del estado y los docentes por reclamos salariales pararon un mes entero así que las clases comenzaron recién en abril. La escuela quedaba a dos cuadras de casa y recuerdo haber llegado varias veces hacia la puerta solamente para leer el cartel que decía que continuaba el paro. Mis sensaciones del recorrido por la primaria son muy variadas. Por un lado, recuerdo un momento de mucha inocencia a comparación de varios compañeros y, por el otro, una gran familiaridad porque iban todos los chicos del barrio. Muchos con los que a la tarde, cuando ya habíamos terminado la tarea, jugábamos un rato, en la casa de alguno o en la calle, cosa que fuimos perdiendo a medida que pasaban los años y la situaciones sociales se fueron modificando. La maestra que más me marcó, paradójicamente, no fue la de primer grado, sino Eliser, la maestra de lengua y ciencias sociales que tuve en sexto y séptimo grado. Recuerdo la manera que tenía de explicar y la modalidad de trabajar con guías de estudio y luego la explicación. Pero por sobre todo me llamaba la atención que también fuera abogada, ella siempre me decía que la docencia y la abogacía le gustaban mucho y que había decidido hacer las dos carreras, las cuales se podían complementar. Creo que algo de eso quedó resonando en mí, aportándome la posibilidad de que no tenía que cortar las posibilidades de estudiar alguna otra carrera que también me gustara mucho.
Al terminar la primaria debía elegir a que colegio secundario ir ya que la escuela donde iba solo tenía instrucción primaria. Recuerdo que fue charlado en casa y, por mi clara vocación que relaté al comienzo, es que decidí junto con mis padres ir a un colegio secundario con orientación docente. Teniendo en cuenta todo esto es que es que se dio la elección del que sería mi futuro colegio, sumando, sin saberlo más experiencias que contribuirían a mi futuro rol docente.
¡Que nervios que tenía antes de empezar! Sobre todo porque el colegio tenía primaria y venía un grupo compacto de 25 chicas, algunas juntas desde jardín de infantes, al que se les íbamos a sumar cinco nuevas. Pese a los nervios, la integración fue buenísima. Pasé a ser una más como si nos conociéramos de toda la vida. De esta etapa tengo los mejores recuerdos de todos, la adolescencia y las amigas, las salidas, los desamoríos, los viajes juntas, etc. Desde el colegio ayudaron mucho a esta integración y a la unión general de nosotras. Muchos son los profesores que recuerdo, pero sobre todo, la metodología que usaban para trabajar. Trabajábamos con planes de estudio, que eran como las guías que ya estaba acostumbrada a usar desde la primaria. El trabajo en clase constaba de tres momentos, el trabajo personal, que era la realización con búsqueda bibliográfica de los planes de estudio, después la puesta en común en donde las alumnas junto con el docente exponíamos lo trabajado y luego el control, que era la evaluación de esa unidad. En quinto año esta modalidad se modificó ya que había un plan de “libertad responsable” que era como lo llamaban. El mismo consistía en un estudio independiente con clases obligatorias y optativas para irnos acostumbrando al régimen de la facultad.
Ya llegaba el final del colegio secundario y tenía que decidirme que seguir. En ese momento mi vocación ya no estaba tan segura, es decir, me seguía encantando la docencia, pero también se me habían sumado dos carreras más que me llamaban la atención: la psicología y la historia. Estaba tranquila que las dos se complementaban con la docencia y entonces hablé con mi profesora de historia y con la psicología y les pregunte todo, todo, todo lo que me intrigaba. Finalmente psicología ganó la pulseada.
La elección de la universidad no fue difícil, yo quería estudiar en la UBA. Hice el CBC en el 2000 y ya al entrar en la carrera en el 2001 había un ambiente social muy revolucionado. Fue un año con muchos paros, con muchas idas y venidas, con muchos rumores de cierre de la facultad; en el medio el atentado a las Torres Gemelas y ya para fin de año, la crisis que todos conocemos. Mi recorrido continuó y avancé en la carrera. Criticando a la UBA. Queriendo a la UBA. Hubo de todo, pero sobre todo rescato aquellos profesores que hicieron interesantes las clases, más allá de la modalidad elegida para dictarla, pero que lograron llamarme la atención.
Mi contacto con la docencia seguía. En los primeros años de la carrera, daba clases particulares y después un amigo de la facultad me ofreció un trabajo de preceptora. Recuerdo que cuando me llamó me dijo: “me acordé de vos porque este trabajo creo que te va a encantar”, y así fue. Dos años después tomaba, en el mismo colegio, una suplencia como docente de psicología y metodología de la investigación por cuatro meses.
Paralelamente me recibí, me dieron la titularidad de ambas materias y luego comencé el profesorado.